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OTRAS FORMAS DE MORIR

Las palpitaciones, por encima de las 100 por minuto, una taquicardia permanente, la respiración agitada lograba romper el silencio que cubría los largos valles que rodeaban los municipios. Así, cada día. Pasos tortuosos, avanzar parecía un retroceso, y la incertidumbre que ya parecía costumbre en cada uno de los habitantes.

 

El miedo se convirtió en la lengua nativa de las zonas rurales del país. La violencia azotaba aquellos pueblos desolados y olvidados por el estado, se traducía en un castigo que muchos cuestionaban y que muchos otros parecían ignorar. A decir verdad ¿A quién le importaban las personas que yacían tras la pobreza y la negligencia? Negligencia de un estado corrupto y un país indolente. 

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Fue entonces que, campesinos, militares, mujeres, hombres y niños descubrieron otras formas de morir que iban más allá de un corazón inmóvil y que desafortunadamente se convertían en una larga y agonizante espera. Esperar ¿qué? Un estruendo que sacudía la tierra llevándose consigo la impetuosa majestuosidad de un pueblo desolado y junto con ella, arrastrando los ladrillos que sostenían hogares enteros o quizá un ejército cegado por los contados ceros añadidos a una cuenta por cobrar. 


Podría tratarse también de un enfrentamiento de civiles que defendían ideales desconocidos bajo el mando de aquellos quienes ni siquiera estaban presentes y que tal vez, a la par de los hechos, se encontraban allí sentados bebiendo un poco de cognac unos con otros. Pues no es de extrañarse la hipocresía con la cual se exhiben muchos de los dirigentes del país. 


Para muchos vivir, se había convertido en un suplicio. ¿Cómo se le puede llamar vida a una incesante tragedia que atacaba a dedocracia? Otras formas de morir, en vida. 

Y es que nos acostumbramos a los discursos de superación que se han vendido tras más de 60 años de guerra. 

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Si bien, las victimas no son únicamente aquellos que perdieron sus vidas en combate, sino todos aquellos que hicieron parte de un conflicto absurdo liderado por la “elite” de un país tercermundista acobijado por la ambición y el hambre insaciable de poder. 

Porque si hablamos de perder, aquí perdió el pueblo. 

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En Colombia son cerca de 447 municipios sembrados con minas antipersonas, artefactos que han dejado 11.140 personas viviendo tras la sombra de una guerra. Guerra que les arrebató mucho más de lo que uno podría imaginar.  En el informe “¡Basta Ya!: Colombia memorias de guerra y dignidad” se dieron testimonios de la vida de personas víctimas de estas tácticas militares empleadas por guerrilleros para contener y mitigar el avance paramilitar en algunas zonas del país y en otros casos para proteger cultivos ilícitos. 

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Sin embargo, una de las miles de victimas fue Carlos, un campesino habitante de la Sierra de Venado que iba rumbo al Carmen de Bolívar con el objetivo de comprar víveres y quien a pocos pasos de llegar a la carretera se encontró con un estallido acompañado de una nube de polvo y hojas testigos de su pierna cercenada y la otra gravemente herida, fue su hermano quien logró detener la hemorragia de su pierna con un torniquete improvisado y pocos minutos después fue trasladado a una base militar y de allí desplazado en helicóptero hasta el Carmen de Bolívar y posteriormente atendido en el hospital de Boca Grande. 

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Vivir muriendo, así lo definió Carlos, la crueldad de prolongar la muerte tras un hecho que le habría arrebatado a un campesino su riqueza en medio de la desigualdad. 

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Colombia es el segundo país con mayor numero de víctimas por minas antipersonal en el mundo. Puesto que, según un documento elaborado de la política nacional de acción integral contra minas antipersonal, el 63% de los municipios del país tiene material explosivo. Entre las regiones más afectadas se encuentran: Norte de Santander, Meta, Cauca, Montes de Maria, Antioquia y Nariño. 


En los caminos de las veredas y municipios se imponían dos grandes enemigos, las culebras y los guerrilleros y por ahí mismo, el reclutamiento de estas fuerzas armadas. Jóvenes obligados a ser partícipes de una guerra sinsentido. 

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Recordar parece ser uno de los verbos más inofensivos del vocabulario. La memoria tiene la capacidad de almacenar y recuperar información pero ¿Cómo se olvida? ¿Cómo la memoria se puede convertir en un instrumento de tortura? 


Los gritos de un militar implorando la muerte mientras corría un hilo de sangre tras perder una pierna por una mina, están plasmados en la memoria del comandante David Beltrán, quien ha sido testigo del debate moral de la vida o la muerte tras estos sucesos, y es entonces donde una parte de ambos murió, aun cuando seguían respirando.

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Los encuentros realizados por el Centro Nacional de Memoria Histórica han permitido identificar a las víctimas y realizar un trabajo orientado al perdón y la reconciliación y así mismo, encaminar la investigación que permitiría dibujar esas otras partes de la guerra que aun reposan en la memoria de las víctimas. 
 

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Masacre de San José de Apartadó. (2005)

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Autodefensas - Jesús Abad Colorado

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